La despedida
 
 

Subimos a su habitación para hacer el equipaje, sin embargo, esto tomó bastante tiempo ya que sus maletas estaban llenas de cartas de scouts y sintió la necesidad de leerme varios extractos de las mismas. -Cómo los estimo- me dijo -¿No son maravillosas estas cartas?- y me entregó algunos pedazos de metralla como recuerdo para mis guías de patrulla, quienes también le habían escrito. Inmediatamente después sacó de su libreta de bolsillo una tarjeta que me pidió conservara porque le gustaba el pensamiento ahí escrito. -Muy a menudo recuerdo estas palabras cuando estoy en las trincheras- me dijo.

 



Las estrellas de Dios brillan
a pesar del gris del cielo.
La paz de Dios te acompaña,
no importa a dónde te lleve el viento.
El manto de Dios te protege
durante la batalla diaria.
Que el gran amor de Dios esté contigo, hoy, y todos los días de tu vida.

     
 

Eran las siete de la mañana siguiente y estábamos en los andenes de la estación Victoria. El tren estaba lleno de oficiales que regresaban "al frente" y hablábamos de todo lo que pensábamos hacer cuando terminara la guerra. Siempre hablábamos de lo mismo cuando lo veía partir. -Si Dios me lo permite regresaré con los muchachos- dijo -Y si así también lo quiere, incluso podría trabajar en cualquier parte del mundo. ¡Realmente no importa dónde! Dios es bueno y sabe lo que hace-.

Por fin se alejó el tren de la estación y pude ver a una mujer que después de sonreír valerosamente y agitar la mano para despedir a su esposo dio media vuelta y se dirigió a casa con los ojos llenos de lágrimas. Me siento obligado a admitir que si alguien me hubiese observado en ese momento habría presenciado la misma escena. No sé por qué tuve la certeza de que por lo menos en este mundo, jamás volvería a ver su alegre sonrisa.